martes, 24 de marzo de 2009

otro cuentillo



Mariana
" Aaaaboles e la ballanca, po'que noan evedecidooo"- fue el grito que me saco del sopor en que había caído recién me subí al vagón de esa enorme oruga naranja que llamamos metro.
Era el canto de una chiquilla de unos 4 años de enormes ojos negros... negros como la noche sin luna. Tenia, además, una sonrisa que invitaba a ser correspondida y eso fue lo que me impulsó a buscarme en los bolsillos una moneda ya fuera para saciar su hambre o callar esos berridos que emitía como si quisiera cantar.

A partir de ese día me la encontraba casi a diario en mi transitada ruta Rosario - Tacubaya y siempre abordaba en Refinería, lo cual me hizo suponer que viviría por ahí aunque, a juzgar por su aspecto, no era una niña hija de familia... pintaba mas a ser niña de la calle. Cada que me veía me sonreía es como si fuéramos amigos aun sin haber cruzado nunca palabra alguna y eso me hacia sentir bien.

Día tras día llegaba puntual a la cita cargando su trastecito naranja listo para recolectar algunas monedas con las cuales podría comprar un pan o un taco de esos que venden a la salida de las estaciones.

Un día Mariana, como se me había ocurrido nombrarla, no apareció ni ese día, ni en los siguientes. Mi amiguita de 4 años desapareció sin despedirse de mi. Nunca más supe de ella y hoy, a 3 años de distancia, me sigo preguntando ¿que habrá sido de ella?. Al fin llego a Tacubaya y como siempre, está a reventar y los que suben no dejan bajar y viceversa. Siento una mirada y veo a una niña que me mira fijamente mientras carga un acordeón y lleva de la mano a un niño mas chico que ella y sonríe, yo la ignoro pues ya se me hace tarde y apenas he logrado bajar del vagón. Mientras caminaba rumbo a las escaleras eléctricas escuché el acordeón sonando a mas no poder y la voz de una niña que cantaba “Árboles de la barranca, porque no han reverdecido…” únicamente pude esbozar una sonrisa y continuar mi camino.

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