martes, 24 de marzo de 2009

un cuento


Les dejo aqui mi primer cuento que escribi. Gracias a Sarami x su inspiracion.

La Soledad de un cuerpo
El ruido de los coches, de la gente caminando por las banquetas y los gritos de los merolicos anunciando cremas maravillosas y pócimas revitalizantes, se había ido apagando poco a poco, así como los olores de los tacos y del humo de los escapes de los camiones; lo único que Sara alcanzaba a percibir era el olor de los tamales que vendía la señora que se posaba bajo la ventana de la oficina.

Sara era una mujer de 23 años con una chispa increíble y contagiosa, acababa de terminar su carrera y trabajaba en el periódico que editaba el gobierno de la ciudad.

A Sara le gustaba admirar la ciudad y desde la ventana, ubicada en el 3er piso de un antiguo edificio de la colonia Centro en la esquina de Delicias y Luis Moya, donde estaba la oficina del periódico, veía pasar cientos de automóviles que transitaban a diario por ahí, veía a la gente que caminaba rumbo a la estación del metro o simplemente vagaba por el lugar. Esto llegaba a molestarle algunas veces, ya que significaba que su jefe estaría con alguna de sus movidas y se había olvidado de llamarle para que se pudiera ir a su casa.

Su jefe, un fósil de la UNAM de la carrera de periodismo, había terminado la licenciatura a los 35 años y según se rumora por los pasillos fue por aventarse unos acostones con las maestras y con uno que otro profesor.

Esa noche, Sara, después de ver como se extinguía la vida en la ciudad, optó por matar el tiempo haciendo figurillas con los clips de su escritorio. Estaba muy entretenida cuando llamaron a la puerta de la oficina, era el vigilante que pasaba haciendo su rondín y checando que todo estuviera en orden.

Eran ya más de las nueve de la noche cuando Sara oyó ruidos y pensó que sería el vigilante que nuevamente iba a checar, sólo que esta vez nadie golpeó la puerta; por lo que se levantó con la firme intención de abrirla, pero al intentarlo no pudo. Por una extraña razón no podía acercarse a mas de medio metro. Sara llamó al vigilante pensando que era él quien estaba haciendo esos ruidos, pero no obtuvo respuesta.

Ella comenzó a inquietarse y decidió volver a sentarse detrás de su escritorio y comenzó a morderse las uñas, un mal hábito que su mamá siempre le reprochaba. En su cabeza seguía buscando una explicación a los ruidos que escuchó. En eso estaba cuando de pronto todo era negro, ¡no veía! Poco a poco comenzó a percibir ciertas luces y destellos y fue cuando notó que se había ido la luz, lo curioso es que seguían encendidos tanto el monitor de su computadora como el radio que en ese momento anunciaba la hora –“Nueve treinta de la noche”-. En ese momento Sara sintió latir su corazón más rápido, como si quisiera salir de su pecho.

La semiobscuridad del lugar provocaba que la imaginación de Sara funcionara vertiginosamente dando paso a formas que veía en la penumbra de la oficina con la luz que provenía del monitor.
Sara creyó escuchar la voz de su jefe y volteando hacia la ventana agudizó su oído para poder identificar la voz o su lugar de procedencia.

Se dirigió a la ventana abriéndose paso entre sillas, ejemplares viejos del periódico y demás basura para confirmar si la llamaban. Lo que vio la dejó sin habla, la calle estaba vacía, todas las luces apagadas, ni siquiera la señora de los tamales estaba ahí, sólo se veían pasar los perros que habitaban el rumbo iluminados por los pocos focos que sobrevivían en el alumbrado público.

Si no había nadie ahí, ¿quién la llamaba?, ¿Acaso su mente le estaba jugando alguna especie de broma? Estaba reflexionando en eso cuando volvió a escuchar que la llamaban, se aterrorizó pues ahora si escuchó claramente que pronunciaban su nombre.
-¿Quién está ahí?, ¿Qué quieren de mí?, ¿No pueden irse a otra parte a molestar?, ¡Déjenme tranquila!.- gritó Sara entre sollozos y lágrimas.
La desesperación la invadía mientras su corazón luchaba por bombear la sangre a su cerebro para ayudarle a pensar una explicación lógica a lo que estaba pasando.

Nuevamente se escucharon ruidos detrás de la vieja puerta de madera de la oficina, ruido de pisadas, el ruido que se oye cuando uno camina con los pies desnudos sobre piso de duela. Sara podía escuchar claramente el crujir de cada veta, de cada astilla de ese piso. Comenzó a sudar frío, sus ojos se abrieron al máximo no pudiendo ocultar su pánico, las pupilas dilatadas luchaban por reconocer figuras en la penumbra. Un ruido de llaves hizo que Sara emitiera un grito ahogado por el miedo.

El viento incrementaba su fuerza y el nombre de Sara se volvía a hacer audible, el viento era quien lo pronunciaba, era él quien le estaba jugando la broma, sólo que esta vez lo oyó de manera distinta a las anteriores, parecía que lo decía en un tono de suplica, pidiendo ayuda.

Ya no podía más, Sara creía estar volviéndose loca nada de lo que estaba sucediendo podía ser verdad. El llanto comenzaba a inundar su rostro y la ansiedad de no saber que era lo que pasaba la invadía por completo.

Y todo porque su jefe se había olvidado de llamarle diciéndole que todo había salido correctamente en la imprenta y que se podía ir a descansar.

Sara, atrincherada en un rincón de la oficina, lloraba inconsolable llamando a su mamá mientras el susurro de su nombre se volvía más repetitivo y se incrementaba el volumen. Sintió que una mano rozaba su rostro limpiándole las lágrimas; ella gritó con tanta fuerza que sintió su garganta desgarrarse por dentro.

Un rechinido erizó la piel de Sara, provenía de la puerta volvió su mirada hacia ella mientras el rechinido aumentaba de volumen, ella tapó sus oídos, un frió recorrió su espina dorsal provocando que se arqueara antes de caer pesadamente e inconsciente sobre el frío piso de la oficina.

La luz del sol que se asomaba por las ventanas hizo que Sara despertara justo antes de que la puerta de la oficina se abriera, era su jefe que llegaba a trabajar. Sara hizo el intento de levantarse para reclamarle pero no podía moverse, sólo veía la cara aterrorizada de su jefe que la miraba como asustado, ella extrañada bajó su mirada para tratar de adivinar que era lo que veía él cuando se descubrió a sí misma tirada en el suelo sin presentar señales de vida.

Su jefe salió corriendo pidiendo ayuda dejando la puerta abierta, Sara se levantó calmadamente y se dirigió hacia la entrada y justo antes de salir volvió la mirada hacia atrás sólo para ver su cuerpo inerte recostado en el rincón de la oficina con el miedo presa de su rostro y su alma condenada a vagar por el edificio.

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